Qué es la asignación de activos

asignación de activos

Nuestra cartera de inversión estará formada por dos grandes categorías de componentes (activos financieros): activos que presumiblemente nos van a proporcionar el crecimiento y la rentabilidad a largo plazo que buscamos (a cambio de una volatilidad excesiva), y activos que nos deben ofrecer protección y estabilidad en todo momento. Las acciones (renta variable) simbolizarán los activos de riesgo y lucrativos, mientras que los bonos representarán los activos protegidos (renta fija).

La especificación de la estructura de nuestra cartera, es decir, cómo combinaremos la renta variable (RV) y la renta fija (RF) para alcanzar nuestros objetivos financieros, es la elección más importante que debemos hacer como inversores. Es lo que se conoce como asignación por clases de activos o, simplemente, asignación de activos. También puede haber subpartidas dentro de cada una de estas categorías, como mercados desarrollados/emergentes en RV y deuda euro/mundial en RF. Esta información también se incorporaría a la asignación de activos, pero tendría un impacto menor en el rendimiento de nuestra cartera.

La dificultad para seleccionar esta distribución radica en que debemos equilibrar, por un lado, nuestro deseo de evitar pérdidas en nuestros ahorros, lo que nos llevaría a poner un gran énfasis en RF, con nuestra necesidad de obtener rendimientos que nos permitan alcanzar nuestros objetivos, lo que nos obliga a asignar una parte importante a RV. Y así se plantea el enigma: ¿hasta qué punto estamos dispuestos a asumir el riesgo de incurrir en pérdidas con el objetivo (pero no la seguridad) de lograr una mayor rentabilidad; o si priorizamos salvaguardar nuestros ahorros a costa de conformarnos con una rentabilidad que apenas supere la inflación?

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Asignación estratégica de activos - gestión pasiva

Esta asignación entre bolsa (activos de riesgo) y activos "refugio" (renta fija y efectivo) suele ser gestionada por gestores profesionales que utilizan un enfoque táctico y activo. En otras palabras, basándose en su evaluación sobre cómo se comportará probablemente el mercado de valores a corto o medio plazo, ajustan el peso que asignan/recomiendan para la RV en las carteras. Pero la realidad es que nadie tiene una bola de cristal para predecir el futuro, y los resultados pasados de la gran mayoría de estos gestores demuestran su incapacidad para entrar y salir de la bolsa en los momentos óptimos.

Ante esta infructuosa gestión activa, parece prudente determinar esta asignación de activos basándonos únicamente en nuestras circunstancias particulares, como nuestros objetivos, situación financiera y tolerancia al riesgo. Teniendo en cuenta que las proyecciones sobre el futuro no son más que especulaciones, es sensato dar prioridad a lo personal, ya que dar un peso inadecuado a los activos peligrosos daría lugar a una volatilidad excesiva o a unos rendimientos inadecuados.

Dado que basaremos nuestras decisiones en nuestras circunstancias personales, la asignación de activos que elijamos se mantendrá constante a lo largo del tiempo, independientemente de la evolución de los mercados, siempre que estas condiciones no se alteren. Por tanto, nuestra asignación de activos será estratégica y vendrá definida por lo que podríamos denominar gestión pasiva de carteras: desinteresada, impasible o despreocupada ante el ruido de los mercados. El aspecto fundamental de esta gestión pasiva es la idea de que carecemos de previsión sobre la evolución futura de los distintos activos y, en consecuencia, aceptamos como aceptable la rentabilidad del mercado (de RV o RF).

Una vez acordado nuestro reparto de RV/RF, sólo tenemos que atenernos a nuestro calendario trimestral de aportaciones y ya no es necesario que vigilemos las noticias económicas ni las fluctuaciones bursátiles. La evolución desigual de RV y RF hará que nuestra cartera se desvíe de la distribución RV/RF deseada; por tanto, debemos reequilibrarla periódicamente, lo que también se conoce como rebalanceo. Se trata de vender los activos cuyo peso supere el porcentaje deseado y comprar los que se hayan quedado rezagados. El objetivo principal de este reequilibrio es preservar el perfil de riesgo asociado a la combinación de activos que hemos elegido para nuestra cartera.

Renta variable (RV)

asignación de activos

La renta variable, o las participaciones de nuestros fondos indexados, tiene como objetivo principal contribuir al crecimiento a largo plazo de la cartera. Todos sabemos que las cotizaciones bursátiles fluctúan con el tiempo, pero su tendencia a largo plazo ha sido tradicionalmente al alza, y estamos seguros de que esta subida continuará, permitiéndonos alcanzar nuestros objetivos financieros.

Su aumento, sin embargo, va acompañado de fluctuaciones bruscas y, en algunas circunstancias, duraderas. En otras palabras, debemos asumir el peligro de sufrir pérdidas durante largos periodos de tiempo. Este riesgo es inevitable para alcanzar la rentabilidad deseada, pero puede minimizarse mediante la diversificación.

No todas las bolsas o industrias suben y bajan al mismo tiempo y con la misma magnitud, por lo que debemos diversificar invirtiendo en tantas como sea factible. Así, nuestra renta variable será menos volátil que si hubiéramos invertido en una sola nación o zona (como Europa) o en una sola industria (por ejemplo, tecnología).

Por ello, invertiremos en los fondos indexados más diversificados disponibles, como los que siguen el MSCI Global Index, que incluye empresas de gran y mediana capitalización de países industrializados. Para aumentar la diversificación, podemos completar nuestra RV con fondos de naciones emergentes (MSCI Emerging Markets) y fondos de valores de pequeña capitalización (MSCI World Small Cap).

Renta fija (RF)

Cuando el mercado bursátil experimenta fuertes caídas, la renta fija nos ofrece estabilidad y seguridad. Aunque nuestro horizonte de inversión es a largo plazo, es fundamental reducir estas pérdidas "temporales" para evitar que la ansiedad y el malestar que provocan nos hagan abandonar nuestro plan de inversión, ya sea dejando de aportar por falta de confianza o, peor aún, vendiendo vehículos de recreo por temor a mayores pérdidas futuras.

Nos interesan los bonos capaces de mantener su valor en caso de caída de la bolsa; son bonos con una sólida calificación crediticia, en los que tenemos fe de que siempre nos devolverán el dinero prestado. También deseamos evitar el riesgo cambiario, por lo que invertiremos en bonos denominados en euros o, si están denominados en otras divisas, que tengan cubierto este riesgo (por ejemplo, el dólar o la libra).

Los fondos indexados de renta fija buscados serían los que contienen deuda pública de países en euros o fondos globales con deuda de naciones ricas, pero con sus divisas cubiertas frente al euro. También pueden incluirse otros tipos de bonos, como los vinculados a la inflación (que ofrecen un seguro contra las subidas imprevistas de los precios) o los bonos de naciones con la mejor calidad crediticia (calificación AAA y AA).

¿Cómo puedo medir el riesgo que estoy dispuesto a asumir?

El objetivo es construir una cartera que sea, por un lado, equilibrada, es decir, capaz de crecer a largo plazo sin ser tan arriesgada como para descarrilarnos, y, por otro, adecuada a nuestras circunstancias. Teniendo en cuenta todos los factores, estableceremos las ponderaciones RV/RF en función de nuestras necesidades previstas, nuestra capacidad objetiva y nuestra tolerancia subjetiva al riesgo. Diseccionemos un poco cada una de estas facetas:

La tolerancia al riesgo suele ser la primera variable que viene a la mente cuando alguien contempla la posibilidad de asumir riesgos, pero en realidad es la más débil, ya que no es más que una noción subjetiva que nunca se ha puesto a prueba en el caso de los inversores novatos. A lo largo de su carrera financiera, cada individuo irá adquiriendo un conocimiento más profundo de esta tolerancia, que se manifestará en aspectos como la capacidad para dormir tranquilo o la cantidad de inquietud y ansiedad que le producen las pérdidas de cartera.
Capacidad para asumir riesgos: ésta sería una característica más objetiva, ya que depende de nuestras circunstancias, pero siempre está abierta a interpretaciones.

Algunos factores a tener en cuenta son:

  • La estabilidad y fiabilidad de nuestros ingresos: por ejemplo, un funcionario tiene más capacidad para aceptar riesgos que un autónomo. El horizonte temporal: cuanto más tiempo tengamos para alcanzar nuestro objetivo financiero, más posibilidades tendremos de recuperarnos de las pérdidas.
  • Préstamos: Quienes tienen préstamos pendientes pueden experimentar dificultades si sufren pérdidas a largo plazo Fondo de emergencia: si no está suficientemente dotado, la capacidad de asumir riesgos disminuye en porcentaje de los gastos mensuales típicos en porcentaje de los ingresos.
  • Necesidad de asumir riesgos: toda estrategia de inversión debe comenzar con el desarrollo de objetivos financieros más específicos que "quiero que mis fondos aumenten". Una vez comprendida la situación financiera original, junto con una estimación de la cantidad que necesitaremos en el futuro y nuestra capacidad de ahorro, podemos calcular la horquilla necesaria de rentabilidad de la cartera.
  • Si nuestros objetivos son razonables, nuestra exigencia de rentabilidad y, por tanto, nuestro riesgo no serán siempre "los más altos posibles".
  • Este análisis nos proporcionará una visión más precisa y completa de nuestra posición, permitiéndonos determinar si debemos asumir más o menos riesgo.

¿Existen directrices aplicables o repartos estándar?

diversificación de activos

No existen fórmulas mágicas para hacer esta selección, sin embargo los siguientes principios o pistas pueden servir como punto de partida:

En función de la pérdida máxima que podamos soportar en nuestra cartera, la proporción de acciones podría rondar el doble de esa cantidad. Por lo tanto, si creemos que podríamos soportar una reducción del 20% de nuestros ahorros en caso de una caída importante de la bolsa, la proporción de renta variable podría ser de alrededor del 40%. Se prevé que estas caídas puedan superar fácilmente el 50%, y es para este tipo de pérdidas para las que debemos prepararnos/protegernos. En este estudio, es crucial no subestimar lo difícil que es soportar las pérdidas de los ahorros. Sufrimos mucho más cuando perdemos 1.000 euros que cuando los ganamos. Todas las caídas bursátiles que se han producido históricamente han acabado recuperándose con el tiempo, hasta ahora. Para ello, sin embargo, es fundamental abstenerse de vender.

El porcentaje de VR es igual a su edad a los 110 años: Una técnica razonablemente típica para calcular la distribución entre acciones y bonos en una cartera es prestar atención a la edad de la persona (para una persona de 35 años, su cartera sería 75% VR y 25% RF). El razonamiento que subyace a esta regla es que cuanto más joven sea un inversor, más tiempo tendrá para recuperarse de los descensos de la VR, y por tanto podrá aumentar la parte más arriesgada de su cartera. En realidad, el factor más significativo para determinar el riesgo que puede aceptarse no es la edad del inversor, sino el periodo de tiempo que le separa del momento en que necesitará el dinero. Y este periodo sólo será largo si su objetivo es producir ingresos durante una jubilación/retiro lejano, y también si en todos esos años no necesitará el dinero para ninguna de las diversas demandas que puedan surgir (pago inicial, compra de un coche, estudios en el extranjero, etc.). (pago inicial, compra de un coche, estudios en el extranjero, etc.). Por lo tanto, hay que tener cuidado de no aplicar esta regla de manera simple.
La regla 75-25 de Benjamin Graham: El gran inversor estadounidense y mentor de Warren Buffet decía que el peso de la renta variable en una cartera no debía bajar del 25% ni superar el 75%. Además, creía que un 50/50 era un excelente punto de partida para cualquier inversión.

En realidad, no hay distribuciones superiores; cada una refleja una posición de riesgo distinta, y la distribución óptima para cualquier individuo será la que mejor se ajuste al grado de riesgo que esté dispuesto a asumir.

Datos históricos sobre la asignación de activos

asignación de activos

Para ayudarnos en la decisión de nuestra asignación de activos, es interesante conocer qué comportamiento habrían tenido históricamente las distribuciones alternativas entre RV y RF. Muchas páginas web ofrecen información sobre la rentabilidad y el riesgo de carteras simuladas (backtest) a lo largo de varias décadas.

A pesar de que en estos backtest tendemos a centrarnos principalmente en la rentabilidad, no está garantizado que la rentabilidad que obtengamos en el futuro sea la misma que en el pasado (de hecho, hay numerosos indicios de que será menor), por lo que fiarse de ellos como guía podría ser engañoso. Lo que puede ser más útil es conocer el riesgo que han soportado esas carteras; primero, porque debemos estar preparados para afrontar al menos el mismo nivel de pérdidas que en el pasado, y segundo, porque es mucho más prudente guiarse por el mayor riesgo que seremos capaces de tolerar, que por la rentabilidad que deseamos alcanzar.

Es fácil descubrir datos históricos sobre el riesgo en términos de volatilidad, especialmente la desviación típica, pero una métrica más fácil de ver y más "concreta" es la mayor caída sufrida por la cartera y la duración máxima de recuperación del nivel anterior a la caída.

Hay portales que hacen que  los usuarios acceder a esta información para carteras compuestas por ETF europeos recreando su evolución desde el inicio del índice respectivo (es decir, mucho antes de la apertura del ETF). Realizando un backtest de las 11 carteras que pueden construirse con un diferencial RV/RF (MSCI World/bonos globales) que oscila entre 100/0 y 0/100 (aumentando la ponderación en un 10%) se obtiene el siguiente gráfico:

Es evidente que tanto la caída máxima% como las duraciones de recuperación aumentan a medida que aumenta el peso de la RV en la asignación de activos. El riesgo suele medirse por el porcentaje de caídas, pero también es significativo observar los intervalos de 12 a 13 años que tuvieron que soportar los inversores más arriesgados antes de que sus carteras recuperaran, en términos nominales (sin descontar la inflación), su valor anterior a la caída.

Otro método para mostrar esta información es comparar la fuerza y la duración de las caídas sufridas por las carteras en función de su composición.

Las carteras más arriesgadas fueron incapaces de recuperarse de la catástrofe de las puntocom en 2000 y volvieron a caer en picado tras la crisis financiera de 2007, lo que dio lugar a una "travesía del desierto" de una década de duración.

 

 

 

 

 

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